jueves, 4 de junio de 2015

HERENCIA

Parecía que hubiera corrido



Parecía que hubiera corrido mil años, perseguida y asustada, cuando llegó a esa caverna pedregosa y

polvorienta. Aún no era de noche, de manera que trató de esconderse, y dejar de jadear, hasta que oscureciera del todo. Aunque el entorno no parecía muy prometedor, comenzó a relajarse; después trataría de encontrar cerca algo de abrigo y alimento. Entrecerró los ojos, medio dormida.

Y entonces… ¡Otra vez el horror! Primero fue una sombra inquieta , y después un bulto hirsuto que cerró la boca de la cueva. Un enorme pajarraco gris revoloteaba en la penumbra. Silencioso, pero tenaz, buscaba y buscaba. Cada una de sus plumas sedosas la rastreaba con espasmos mecánicos. Acurrucada en el rincón, ella esperaba el siguiente aleteo. Una mezcla paralizante de rabia, curiosidad y terror la sacudía hasta el alma. Huir, atacar, hundirse en su escondite… Una pluma rozó su cuerpo tenso y tembloroso y la impulsó más al fondo del rincón.
Mil recuerdos ancestrales se retorcían en su cerebro y en su sangre. Padres, hermanos, abuelos, destrozados a golpes, pisoteados con gigantescas zapatas, o envenenados con atroces inventos. A veces, buscando el sustento, habían presentado batalla a los monstruos, y los habían puesto en fuga, aterrorizados y aullantes. Pero, la mayoría había encontrado una muerte terrible, y los sobrevivientes habían grabado en los genes ese rechazo furioso, junto con esa parálisis compleja.

Este horroroso pajarraco también debía de ser, sin duda, un producto del ingenio maligno de los enemigos… No veía sino las plumas del monstruo; el pico se adivinaba, largo y rígido, como si él
mismo estuviera desorientado, cabeza abajo.
Si lograra verlo, tal vez podría precisar su imagen y organizar su defensa, su ataque o su huída. Pero ella apretaba los ojos, todos y cada uno de sus ojos, para evitar que el brillo la delatara; y esperaba, aterrorizada, a que el pico amenazante la localizara para destrozar su cuerpo a picotazos. Su cuerpo que parecía cada vez más pequeño, ovillado en el fondo del escondite, contracturado y sufriente.
Estaba como pegada a la pared, sin chistar, sin respirar… La asfixiaba el constante y violento aleteo.
Ella era joven y fuerte. ¿Por qué no reaccionaba? No lo sabía. Quizás porque estaba tan sola…
¿ Sola? ¿Y las voces de los valientes de la raza, tan asustados como decididos, que se habían jugado por la vida, la justicia y la libertad?
Entonces, el espantoso pajarraco aleteó hacia su derecha. Ella sintió que el aire le daba ahora en la cara. Se erizaba su vello y se hinchaban sus músculos. Lentamente estiró una pierna… un brazo… una vez… otra vez… Empezó como a desenrollarse, despacito, despacito, y a correrse hacia la izquierda. Sentía que su sangre despertaba.
Una catarata de desesperación impulsó al abismo su miedo, y rebotó, hecha bravura, venganza.
- ¿Miedo? ¿Quién dijo miedo?- siseó la araña.
Mordió frenética la pluma más próxima y la arrancó; después se precipitó al vacío, colgada del hilo de su tela; pataleaba y vestía de seda pegajosa la pluma atrapada; mientras tanto, el plumero continuaba su búsqueda insidiosa, muy cerca de la grieta de la pared.

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