jueves, 4 de junio de 2015

El Reino de los Cielos



     Mami, mami, ¿dónde pusiste el Reino de los Cielos?
     ¿Qué? ¿Qué buscás, Manu? — gritó Laura, por encima del ruido de la ducha.
     El Reino de los Cielos­.
 Ahí no más arrancó a tocar el tambor del día de Reyes, mientras volvía a gritar: — ¿Dónde guardaste el Reino de los Cielos?
     No te oigo; ya salgo del baño; esperá un ratito.
Sonó el timbre de la puerta de calle.
     Ahí viene Fede; lo invité a tomar la leche.
     No me dijiste. Decile que ya voy; no abrás la puerta.
Laura fue a abrir, chancleteando por la salita, envuelta en el tallón.
     Hola, Fede. Pasá. Ahí está Manu.
     ¡Fede! ¿Traés tu tambor? ¡Está buenísimo!
Fede comenzó a ilustrar a baquetazos lo genial que era su tambor; y Manu, por supuesto, no se quedaba atrás.
       «Dios mío»—pensó Laura— «éramos pocos y parió la abuela» — ¡Vamos a tomar la leche, chicos!
Tiraron los tambores al suelo y corrieron a la cocina. Mientras Laura preparaba la merienda sacaron unas galletas del armario, se sentaron riendo a carcajadas, «sabrá Dios porqué, pero menos mal» y, de pronto, Manu se acordó: — ¿Y el Reino de los Cielos? ¿Lo encontró tu mamá, Fede?
     Me olvidé de preguntarle; quería venir a tocar el tambor.
     ¿Qué es eso del Reino de los Cielos? —preguntó la mamá.
     La seño de Catequesis dijo que Jesús le había contado que nos había regalado el Reino de los Cielos a los niños. ¿Vos me lo guardaste, mami? ¿Cómo es?
     Algo muy bonito, si es de Jesús. Creo que hay que buscarlo­ en el corazón— suspiró mientras recordaba tantas cosas dulces de su infancia.
     Ufa… otro misterio—rezongó Fede.
     Bueno, por lo menos no tiene sacrificios. Ya ves que dice que es bonito.
Laura se puso a preparar algo para la cena mientras los chicos –que ya estaban en otra- terminaban la leche y las galletas.
Había silencio de tambores. ¿Se habrían dormido? No; se los oía cuchichear y reírse.
«Buenísimo para poder organizar las cuentas»— se dijo mientras buscaba las facturas de la luz, el agua, etc.  «Los chicos se calman cuando les contestás, lo que sea».
     ¿Y cómo es, al final, el Reino de los Cielos? —la sobresaltaron de pronto, a dúo, en la puerta de la cocina.
     Ya les dije: algo muy bonito: mucha luz, mucha calma, sin problemas. «Algo silencioso sin cuentas y sin tambores»— sonrió por el pensamiento contrabandeado.
Los chicos volvieron a la salita. Y los tambores empezaron a sonar.

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